Redacción - El Semanal
La sombra de la represión se cierne sobre Irán tras los ataques israelíes en la prisión de Evin
El impacto de los misiles israelíes en la prisión de Evin, un símbolo de la represión política en Teherán, ha desencadenado una ola de incertidumbre y terror entre los presos y sus familias. Tras el ataque del 23 de junio, al menos 71 personas perdieron la vida, incluidos funcionarios, militares y visitantes, según fuentes judiciales iraníes. Sin embargo, las consecuencias más profundas se extienden más allá de las víctimas inmediatas: decenas de prisioneros fueron trasladados a centros penitenciarios notorios por sus condiciones inhumanas, mientras otros desaparecieron sin rastro.
Entre los testimonios más desgarradores se encuentra el de Sayeh Seydal, una académica especializada en derecho internacional que sobrevivió por minutos al impacto. Según relató a su familia en una grabación facilitada por sus allegados, el ataque la sorprendió fuera de la clínica de la prisión, que quedó reducida a escombros. Tras el caos, fue enviada junto a otras reclusas a Qarchak, una cárcel al sur de la capital descrita como un «infierno» debido al hacinamiento, la falta de higiene y los suministros limitados. «Es una muerte lenta», afirmó Seydal, quien enfrenta cargos por su participación en protestas antigubernamentales.
Organizaciones de derechos humanos han alertado sobre un posible reforzamiento de la represión. Desde el inicio de la campaña militar israelí, las autoridades iraníes han ejecutado al menos a seis condenados y detenido a casi 1.300 personas, muchas acusadas de espionaje por publicar contenido en redes sociales. Además, el Parlamento avanza en la aprobación de una ley que ampliaría el uso de la pena de muerte para casos de «colaboración con enemigos extranjeros», una medida que activistas interpretan como una herramienta para silenciar disidentes.
La premio Nobel de la Paz Narges Mohammadi, excautiva en Evin, advirtió en un mensaje grabado que el conflicto debilita las luchas civiles, especialmente el movimiento feminista. «El espacio político se reduce día a día», afirmó, destacando el aumento de la presencia de fuerzas de seguridad en las calles. Su preocupación coincide con los temores de una ola de ejecuciones similar a la ocurrida en 1988, cuando el régimen iraní ejecutó a miles de presos políticos tras la guerra con Irak.
Las familias de los reclusos viven en agonía. Reza Younesi, cuyo hermano Ali desapareció días antes del ataque, relató desde Suecia la imposibilidad de obtener información sobre su paradero. «La falta de noticias suele significar interrogatorios bajo tortura», lamentó. Situaciones similares se repiten, como la del académico sueco-iraní Ahmadreza Djalali, trasladado a un lugar desconocido tras el bombardeo, según Amnistía Internacional.
Mientras tanto, el traslado masivo de presos a penales como el Gran Centro Penitenciario de Teherán—donde los reclusos duermen en celdas infestadas de insectos—ha profundizado la crisis humanitaria. Para los activistas, el conflicto no solo ha exacerbado la represión, sino que ha borrado años de esfuerzos por avances democráticos. «Esta guerra destruyó todo lo que empezamos a construir», sentenció Mehraveh Khandan, hija de la abogada Nasrin Sotoudeh, encarcelada varias veces en Evin.
En un contexto donde la opacidad del régimen se combina con la escalada bélica, la comunidad internacional observa con alarma el deterioro de los derechos humanos en Irán. Para los prisioneros políticos, cada día se convierte en una batalla por la supervivencia.
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