Un grupo de niñas parece desafiar una de las mayores certezas de la vida: el envejecimiento. Esta es la historia de las familias que luchan contra una enfermedad que no tiene explicación y el científico que cree que estas niñas podrían tener la clave de la inmortalidad.
En la década de los 60, cuando Richard Walker era un hippie de 26 años se propuso «curar» la vejez para cuando cumpliera los 40. Se hizo científico para entender por qué era mortal. «Ciertamente no se debe al pecado original y el castigo de Dios, como me enseñaron las monjas en el catecismo», dice. «Es el resultado de un proceso biológico y, por lo tanto, es controlado por un mecanismo que podemos entender».
Aunque hay varios centenares de teorías sobre el envejecimiento, que lo relacionan con una amplia variedad de procesos biológicos, todavía nadie entiende cómo integrar toda esta información dispersa. Walker, actualmente de 74 años, cree que la clave para acabar con el envejecimiento podría estar en una extraña enfermedad que ni siquiera tiene un nombre real: el «síndrome X». Ha identificado a cuatro niñas con dicha enfermedad, que se caracteriza por lo que parece ser un estado permanente de infancia, una atrofia drástica del desarrollo. Sospecha que la enfermedad se debe a un defecto en alguna parte del ADN de las niñas. Su búsqueda de la inmortalidad depende de encontrarlo.
Cuando Walker comenzó su carrera, se centró en el sistema reproductivo femenino como modelo de «envejecimiento puro»: los ovarios de la mujer, incluso en ausencia de cualquier enfermedad, lenta pero inevitablemente caen en las garras de la menopausia. Pero cumplió 40, 50 y 60 años sin haber alcanzado su meta. Así que volvió a empezar de cero. Como lo describe en su libro, «Why We Age» (Por qué envejecemos), Walker revisó qué se sabe y qué no sobre el envejecimiento.
El envejecimiento se define generalmente como la acumulación lenta de daños en nuestras células, órganos y tejidos, lo que provoca en última instancia las transformaciones físicas que todos reconocemos en las personas de edad avanzada. Nuestras células son vulnerables. Las jóvenes sobreviven únicamente porque tienen una serie de mecanismos confiables a disposición. Unas enzimas especializadas corrigen los errores en la división celular. Tenemos correctores de proteínas, que son vulnerables al calor, y antioxidantes y vitaminas que protegen a nuestros tejidos. Lo que nos lleva al eterno enigma de los biólogos: si nuestro cuerpo está tan bien afinado, ¿por qué todo se daña con el tiempo?
Una de las teorías es que todo se reduce a las presiones de la evolución. Los seres humanos se reproducen en una etapa temprana de la vida, así que todos los mecanismos de reparación dejan de ser importantes una vez pasada la edad de reproducción. La mayoría de los científicos afirman que el envejecimiento es provocado por la descomposición de muchos sistemas al mismo tiempo. Ante el daño, nuestras células tratan de ajustarse. Pero con el tiempo, dejan de dividirse y de comunicarse entre sí, lo que provoca el declive que observamos externamente. Al revisar las teorías, Walker se preguntó si todos estos diversos tipos de daños celulares eran las consecuencias del envejecimiento, pero no la causa del mismo.
La idea quedó en suspenso en su mente hasta la noche del 23 de octubre de 2005. Walker estaba trabajando en la oficina de su casa cuando su esposa lo llamó para que viera lo que estaban presentando en televisión: el caso de una joven que parecía estar «congelada en el tiempo». Walker no podía creer lo que estaba viendo. Brooke Greenberg tenía 12 años, pero sólo pesaba 6 kilos y medía 69 centímetros. Los médicos no habían visto nada parecido a su enfermedad y sospechaban que la causa era una mutación genética aleatoria.
Walker quedó intrigado de inmediato. La niña tenía una enfermedad genética que detuvo su desarrollo y, con eso, sospechaba Walker, el proceso de envejecimiento. Ella podía ayudarlo a probar su teoría.
Walker localizó la dirección de Howard Greenberg y, tras muchas conversaciones, le permitieron realizarle pruebas a Brooke. En 2009, su equipo publicó un breve informe que describía su caso. El análisis de Walker descubrió que los órganos y tejidos de Brooke se desarrollaban a un ritmo diferente. Su edad mental, según las pruebas estandarizadas, era de entre uno y ocho meses. Sus dientes aparentaban una edad de ocho años y sus huesos, de 10. Había perdido toda su grasa de bebé y su cabello y sus uñas crecían con normalidad, pero no había llegado a la pubertad. Pero sus telómeros eran considerablemente más cortos que los de las adolescentes sanas, lo que indicaba que sus células estaban envejeciendo a un ritmo acelerado. Todo esto era evidencia de que Brooke «no está ‘congelada en el tiempo'», escribió Walker. «Su desarrollo continúa, aunque de manera desorganizada». La gran pregunta seguía siendo por qué.
Walker sospechaba que ella portaba un defecto en un gen (o un conjunto de genes, o algún tipo de programa genético complejo) que dirige el desarrollo saludable. Este programa genético, según razonó Walker, tiene dos funciones principales: iniciar y conducir cambios drásticos en todo el organismo y también coordinar estos cambios en una unidad cohesiva. El envejecimiento, pensó, se produce debido a que este programa de desarrollo, este cambio constante, nunca se desactiva. Desde el nacimiento hasta la pubertad, el cambio es fundamental: lo necesitamos para crecer y madurar. Sin embargo, después de haber madurado, nuestro cuerpo adulto no necesita más cambio, sino más bien mantenimiento. «Si uno construye la casa perfecta, llegará el momento en el que dejará de añadir ladrillos», explica Walker. «Cuando uno desarrolla el cuerpo perfecto, debería dejar de modificarlo. Pero así no funciona la evolución».
No tenemos un «interruptor de parada» para el desarrollo, dice Walker, así que seguimos añadiéndole ladrillos a la casa. A la larga, los cimientos no pueden sostener las adiciones y la casa colapsa. Esto, señala Walker, es el envejecimiento. Brooke era especial porque parecía haber nacido con un interruptor de parada. Pero la búsqueda del causante genético resultó difícil. Walker tendría que secuenciar el genoma completo de Brooke, letra por letra. Eso nunca sucedió. Para gran decepción de Walker, Howard Greenberg interrumpió abruptamente la relación.
En agosto de 2009, MaryMargret Williams vio una foto de Brooke en la portada de la revista People, justo debajo del titular «Misterio desgarrador: la bebé de 16 años de edad». Pensó que Brooke se parecía mucho a su hija Gabrielle, así que se puso en contacto con Walker. Gabrielle es la más pequeña de sus seis hijos a pesar de ser la segunda de mayor edad, con nueve años. Tiene piernas largas y delgadas y una cola de caballo larga y delgada. Según el almanaque, es casi una adolescente. Pero tiene la piel suave, los dedos apretados y la conciencia confusa de un recién nacido. Los Williams supieron que su bebé recién nacida había perdido en la lotería genética muy poco después de que viniera al mundo. Con el paso del tiempo, Gabby siguió comportándose como un recién nacido. Pero lo más desconcertante y problemático era que no crecía.
John y MaryMargret la llevaron de un especialista a otro, pero todos decían lo mismo: no podían hacer nada. Eventualmente, los Williams dejaron de acudir a los médicos. «En algún momento decidimos», recuerda John, «que era hora de tener paz». Después de revisar los detalles de Gabby, Walker la incluyó en su teoría. Dijo que las pruebas de los genes de Gabby podrían ayudarle en su misión de acabar con la enfermedad relacionada con la edad e incluso tal vez con el propio envejecimiento.
Pero eso no le cayó bien a los Williams. John, que trabaja en el Departamento de Correccionales de Montana, interactúa frecuentemente con personas que enfrentan la realidad de nuestro tiempo finito en la Tierra. «Si la persona va a pasar el resto de su vida en la cárcel, eso la hace reflexionar sobre la mortalidad», dice. «Lo importante no es cuánto tiempo vivimos, sino lo que hacemos con la vida que recibimos». MaryMargret piensa lo mismo. Ha trabajado durante varios años en un consultorio de dermatología de su ciudad y conoce muy bien las presiones culturales para mantenerse joven.
Desea que más personas acepten el carácter inevitable del envejecimiento. «Salen arrugas, uno envejece, eso es parte del proceso», dice. Pero la investigación de Walker también tenía su lado positivo. En primer lugar, podría revelar si los otros hijos de los Williams estaban en riesgo de sufrir la enfermedad de Gabby. Además, John y MaryMargret creen firmemente que Dios les dio a Gabby por alguna razón. La investigación de Walker les ofreció una reconfortante: contribuir al tratamiento del Alzheimer y otras enfermedades relacionadas con la edad. Aún sin estar completamente seguros, los Williams siguieron adelante con la investigación.
Walker formó un equipo con genetistas de la Universidad de Duke e investigó los genomas de Gabby, John y MaryMargret. Gracias a la prueba, los investigadores establecieron que Gabby no heredó de sus padres ninguna mutación del exoma -el 2% del genoma que codifica las proteínas- así que no es probable que sus hermanos le transmitan la enfermedad a sus propios hijos. «Fue un alivio, un enorme alivio», dice MaryMargret. Aún así, el estudio del exoma no produjo ninguna pista sobre lo que escondía la enfermedad de Gabby: se necesita comparar al menos dos personas con el mismo problema.
Por suerte para Walker, su presencia constante en los medios de comunicación lo llevó a otras dos niñas que parecen tener el mismo síndrome. El hecho de que todos estos posibles casos de síndrome X sean niñas es intrigante. Podría significar que la mutación fundamental está en su cromosoma X. O podría ser una coincidencia. Walker trabaja actualmente con un equipo comercial en California para comparar todas las secuencias del genoma de las tres niñas. Con respecto a su teoría, Walker dice: «es todo o nada, vamos a estudiar cada fragmento de ADN de estas niñas. Si encontramos una mutación que sea común a todas ellas, eso sería muy emocionante». Muchos investigadores coinciden en que la búsqueda de los genes responsables del síndrome X es un esfuerzo científico que vale la pena, ya que, sin duda, serán relevantes para nuestra comprensión del desarrollo.
Sin embargo, están menos convencidos de que la condición de las niñas «vaya a ser relevante para el envejecimiento», como le dice a la BBC David Gems, genetista de University College London. Además señala que es probable que estas niñas no lleguen siquiera a la edad adulta y mucho menos a una edad avanzada.
Ni siquiera está claro que estas niñas tengan la misma condición. Incluso si la tienen, e incluso si Walker y sus colaboradores descubren la causa genética, faltaría un difícil camino que recorrer. Los investigadores tendrían que silenciar el mismo gen o genes en ratones de laboratorio, cuya esperanza de vida es de dos o tres años. «Si vive hasta los 10 años, sabremos que estamos en el camino correcto», dice Walker. Luego tendrían que lograr lo mismo en personas y después empezar ensayos clínicos prolongados y costosos para asegurarse de que el tratamiento sea seguro y eficaz. La ciencia es con frecuencia demasiado lenta y la vida demasiado rápida.
El 24 de octubre de 2013, falleció Brooke. Tenía 20 años. A MaryMargret la noticia la afectó profundamente. «Aunque no hayamos conocido a la familia, ellos han sido una parte de nuestro mundo», dice. Las cosas marchan bien con Gabby. John cumplió 50 este año y MaryMargret cumplirá 41. Si existiera una píldora para evitar el envejecimiento, dicen que no tendrían ningún interés en ella: quieren seguir envejeciendo, para experimentar las nuevas alegrías y penas de esa etapa de la vida. Por supuesto, Richard Walker tiene una visión fundamentalmente distinta sobre el envejecimiento… y la muerte.
«La vida es la más hermosa y mágica de todas las cosas». Si su hipótesis es correcta, ¿quién sabe? Algún día podría ayudar a prevenir las enfermedades y prolongar moderadamente la vida de millones de personas. Sin embargo, Walker está muy consciente de que llegaría demasiado tarde para él. Como escribe en su libro: «Me siento un poco como Moisés, quien, después de vagar por el desierto durante casi toda su vida, pudo contemplar la Tierra Prometida, pero no se le permitió la entrada a ella».
Si quiere leer el artículo completo en inglés, vaya a www.bbc.com/future.
GIPHY App Key not set. Please check settings