La subutilización del arbitraje en conflictos territoriales: un análisis político
Las disputas fronterizas entre naciones suelen ser uno de los conflictos más delicados en el ámbito internacional, donde la diplomacia y el derecho juegan papeles fundamentales. Sin embargo, un libro reciente plantea una pregunta incómoda: ¿por qué los Estados prefieren la mediación o la adjudicación ante tribunales permanentes, en lugar del arbitraje, cuando este último podría ser más efectivo para resolver controversias limítrofes?
Según la obra The International Arbitration of Territorial Disputes (Oxford University Press, 2024), el arbitraje internacional ha sido relegado pese a sus ventajas. El autor analiza este fenómeno desde una perspectiva política, desglosando el proceso en sus etapas clave: desde los antecedentes hasta el cumplimiento —o incumplimiento— del laudo arbitral. Su enfoque cualitativo, basado en cuatro casos emblemáticos, revela patrones reveladores sobre cuándo y cómo los países recurren a este mecanismo.

Entre los ejemplos examinados destacan el conflicto entre India y Pakistán por la zona del Rann de Kutch, la disputa del Canal del Beagle entre Chile y Argentina, y el reciente fallo sobre el Mar de China Meridional, donde Filipinas se enfrentó a Pekín. En todos ellos, el arbitraje surgió como último recurso tras fracasar otras vías diplomáticas. A diferencia de la mediación —voluntaria y no vinculante— o la adjudicación —basada en tribunales establecidos—, el arbitraje combina flexibilidad procesal con un resultado jurídicamente obligatorio. Esta dualidad, afirma el autor, lo convierte en una herramienta poderosa pero subestimada.
No obstante, el estudio también expone limitaciones claras. En casos con implicaciones geopolíticas o económicas críticas, como Cachemira o las islas en disputa en Asia-Pacífico, los gobiernos evitan someterse a un proceso que, por definición, genera un ganador y un perdedor. Más allá del derecho internacional, pesan factores domésticos: el costo político de ceder territorio o perder ante un rival estratégico. Incluso cuando un país rechaza cumplir el fallo —como hicieron China y Argentina—, busca justificaciones jurídicas para evitar dañar su reputación global.
El libro abre así un debate necesario: ¿es el arbitraje realmente ineficaz, o son los Estados quienes lo debilitan al restringir su alcance? La obra sugiere que, al imponer condiciones rígidas o ignorar la equidad en favor de argumentos legales estrechos, se pierde la esencia híbrida de este método. Curiosamente, pese a sus críticas al sistema, el autor reconoce que tanto el arbitraje como la adjudicación dependen, en última instancia, de una decisión política.
Quedan preguntas pendientes. ¿Por qué Chile y Argentina repitieron el arbitraje en Laguna del Desierto tras el caso del Beagle, mientras otros países lo descartan? ¿Cómo influye la percepción de imparcialidad cuando los árbitros son designados ad hoc? La investigación invita a complementar su análisis con estudios cuantitativos que comparen el uso real de cada mecanismo.
Al cruzar miradas del derecho y las relaciones internacionales, la obra subraya que resolver disputas territoriales nunca es solo una cuestión jurídica. Detrás de cada mapa redefinido hay cálculos de poder, riesgos reputacionales y, sobre todo, voluntad —o falta de ella— para aceptar un veredicto incómodo. En un mundo donde las fronteras siguen siendo foco de tensiones, entender estas dinámicas es más urgente que nunca.

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