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Los musulmanes afrontan hoy su viacrucis en el mundo liberal.

La Paradoja del Orden Mundial Liberal: El Sufrimiento de las Comunidades Musulmanas

En 1992, el politólogo Francis Fukuyama publicó su influyente obra «El Fin de la Historia y el Último Hombre», en la que sostenía que la humanidad había alcanzado el punto culminante de la evolución política y social bajo el orden democrático liberal liderado por Estados Unidos. Este orden prometía libertad, igualdad y protección de los derechos fundamentales para todos. Sin embargo, la realidad ha demostrado que, para las comunidades musulmanas en todo el mundo, este orden liberal ha devenido en una fuente de sufrimiento y marginación.

Uno de los pilares fundamentales de la democracia liberal es el laicismo, destinado a garantizar la libertad de creencia y proteger la diversidad religiosa. No obstante, para los musulmanes, el laicismo a menudo se ha traducido en restricciones más que en libertades. En Francia, por ejemplo, el concepto de laïcité, o secularismo estricto, se ha utilizado para justificar la prohibición de símbolos religiosos, incluido el velo islámico, en los espacios públicos. Estas políticas afectan desproporcionadamente a las mujeres musulmanas, restringiendo su derecho a expresar su fe y obligándolas a elegir entre la práctica religiosa y la participación pública.

El impacto del laicismo en las comunidades musulmanas no se limita a los países occidentales. En la India, la democracia más grande del mundo, el laicismo se ha empleado para marginar la identidad musulmana y justificar políticas que desfavorecen a las comunidades musulmanas. Bajo el gobierno del primer ministro Narendra Modi, los musulmanes en la India han enfrentado una creciente marginación, desde restricciones a las prácticas religiosas hasta ataques violentos por parte de grupos nacionalistas hindúes. En Cachemira, las políticas gubernamentales y la ocupación militar han sofocado las libertades religiosas y políticas de los musulmanes cachemiríes.

Incluso en países de mayoría musulmana, el laicismo ha sido utilizado como una herramienta política para reprimir la expresión política islámica. En Bangladesh, por ejemplo, bajo el gobierno de la primera ministra Sheikh Hasina, las políticas que limitan la vestimenta y las actividades religiosas consideradas «demasiado islámicas» han marginado a los musulmanes devotos. En Indonesia, durante el régimen del Nuevo Orden de Suharto, las expresiones islámicas fueron restringidas y calificadas de antinacionales.

Otro elemento del orden mundial liberal que ha contribuido al sufrimiento musulmán es la islamofobia. Aunque las democracias liberales profesan principios de tolerancia e inclusión, la islamofobia sistemática prevalece en las sociedades occidentales. En Europa y América del Norte, la islamofobia se manifiesta en políticas, representaciones mediáticas e interacciones cotidianas, reforzando estereotipos sobre los musulmanes y alimentando la hostilidad y justificando prácticas discriminatorias.

La «guerra contra el terror», iniciada después del 11 de septiembre de 2001, ejemplifica cómo la islamofobia se ha institucionalizado bajo el pretexto de la seguridad global. Esta guerra ha afectado a países de mayoría musulmana como Irak, Afganistán y Siria, resultando en violencia a gran escala y pérdida de vidas. Los civiles, incluidas mujeres y niños, han sido las principales víctimas. La narrativa de combatir el «extremismo islamista» también ha alimentado la estigmatización de la identidad musulmana en todo el mundo, tildando a comunidades enteras de potenciales amenazas.

Además, los musulmanes han sido víctimas de dos genocidios en curso: el genocidio de los rohinyás en Myanmar y el conflicto israelí-palestino, que muchos ven como un intento de desplazamiento sistemático de los palestinos. Los valores liberales de igualdad y derechos humanos han fallado en proteger a estas comunidades de la persecución y la violencia patrocinadas por el Estado.

En China, la situación de los musulmanes uigures representa otro ejemplo flagrante. El gobierno chino ha detenido a más de un millón de uigures en campos de «reeducación», justificando esta medida con el argumento de la contrarradicción del terrorismo y la armonía social. Esta práctica ha incluido informes de trabajo forzado, vigilancia y borrado cultural. Sin embargo, la respuesta internacional, especialmente de las democracias occidentales, ha sido en gran medida simbólica, con escasas acciones concretas para responsabilizar a China.

El auge del populismo de derecha en las democracias liberales también ha exacerbado el sentimiento anti-musulmán. Líderes y partidos en países como Estados Unidos, Francia y el Reino Unido han capitalizado los temores en torno a la inmigración y la «islamización» para obtener apoyo político. Incidentes como los tiroteos en la mezquita de Christchurch en Nueva Zelanda subrayan las consecuencias mortales de tal retórica.

Además de la marginación social y política, los musulmanes también enfrentan desafíos económicos en el orden mundial liberal. Muchos países de mayoría musulmana luchan contra la pobreza y carecen de influencia económica en la escena global. Factores como la concentración de riqueza, la corrupción y los tratados internacionales explotadores contribuyen a esta disparidad.

En conclusión, el orden mundial liberal ha dejado a los musulmanes sufriendo en múltiples frentes. El laicismo, en lugar de salvaguardar la libertad religiosa, ha reprimido las expresiones islámicas. La islamofobia y la guerra contra el terror han marginado sistemáticamente a los musulmanes, tanto social como políticamente. Los genocidios y limpiezas étnicas dirigidos contra los musulmanes continúan, con una mínima intervención de la comunidad global. El populismo de derecha ha estigmatizado aún más las identidades musulmanas, y las desigualdades económicas refuerzan la vulnerabilidad de las naciones de mayoría musulmana. Estas contradicciones revelan las limitaciones del orden liberal para lograr una verdadera inclusión y protección para todas las comunidades. Si el orden mundial liberal ha de cumplir sus promesas, debe abordar estas inequidades sistémicas y esforzarse por una aplicación verdaderamente universal de la libertad, la igualdad y la justicia.

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Escrito por Redacción - El Semanal

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