La sombría pervivencia de las peleas de gallos en Kabul: tradición y controversia
En los estrechos callejones de Kabul, donde el polvo y el murmullo de la vida cotidiana se mezclan con el eco de un pasado turbulento, una práctica ancestral sigue vigente, aunque oculta. Las peleas de gallos, un espectáculo prohibido pero tolerado en la sombra, continúan atrayendo a multitudes ávidas de adrenalina y apuestas.
Los gritos de "¡Golpea!" y "¡Mátalo!" resuenan en recintos improvisados, donde dos aves entrenadas para la lucha se enfrentan con garras afiladas. Las plumas se esparcen entre salpicaduras de sangre, mientras los espectadores, en su mayoría hombres, alientan con fervor casi ritualístico. Aunque las autoridades afganas han intentado erradicar esta actividad, su arraigo cultural y económico la mantiene viva en la clandestinidad.

Según testimonios locales, estas peleas no son solo un pasatiempo, sino también una fuente de ingresos para muchas familias en un país donde la pobreza y el desempleo son endémicos. Los gallos de combate, criados con esmero durante meses, pueden venderse por sumas considerables, y las apuestas en los encuentros generan un flujo de dinero informal pero significativo.
Sin embargo, la crueldad inherente a este ritual no pasa desapercibida. Organizaciones internacionales de protección animal han denunciado reiteradamente su práctica, calificándola de bárbara y obsoleta. En contraste, los defensores de la tradición argumentan que forma parte de un legado histórico que precede incluso al islam en la región.
Mientras el debate entre ética y cultura persiste, las imágenes de estos enfrentamientos —capturadas en secreto— revelan una realidad incómoda: la dificultad de conciliar las costumbres ancestrales con los estándares globales de bienestar animal. En Kabul, como en otras partes del mundo donde aún subsiste esta práctica, la sangre de los gallos sigue manchando tanto la tierra como la conciencia colectiva.

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