La Resistencia Fragmentada: El Desafío de Israel frente a la Red Irán
El reciente conflicto entre Israel e Irán, bautizado por algunos analistas como la "Guerra de los 12 Días", ha sacado a la luz una realidad incómoda para Tel Aviv: la estrategia de degradación militar convencional resulta insuficiente contra un adversario que opera como una red descentralizada. Irán no es un Estado tradicional, sino una estructura en mosaico donde el poder se dispersa a través de nodos interconectados —desde las Fuerzas Armadas hasta milicias regionales—, lo que lo vuelve resistente a ataques focalizados.
El Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC) ejemplifica esta arquitectura. Más que un ejército, es un eje que une financieramente a grupos como Hezbolá en Líbano, milicias iraquíes y los hutíes en Yemen, bajo una narrativa común de resistencia antioccidental. Sin embargo, la lealtad de estos actores ya no es incondicional. Según informes de inteligencia, el "Eje de la Resistencia" ha evolucionado hacia intereses locales, reduciendo su dependencia de Teherán. Un ejemplo clave fue la negativa de Hezbolá a abrir un frente secundario en Líbano durante los últimos enfrentamientos.

Israel ha intentado contrarrestar esta red con tácticas innovadoras. El ataque sincronizado contra comandantes y infraestructura de Hezbolá en 2024 —incluyendo la eliminación de su líder, Hassan Nasrallah— mostró éxitos iniciales. No obstante, la red se recompuso rápidamente gracias a su redundancia: líderes secundarios asumieron roles críticos y las comunicaciones se adaptaron. Contra Irán, los bombardeos israelíes provocaron daños, pero la capacidad de lanzamiento de misiles balísticos se mantuvo operativa, evidenciando la resiliencia del sistema.
El talón de Aquiles de Irán podría estar en sus fracturas internas. La creciente autonomía del IRGC, su influencia económica y el descontento social —con protestas como las de 2022— erosionan la cohesión ideológica que sostiene la red. Sin embargo, la oposición carece de una estructura alternativa capaz de competir con la maquinaria represiva del régimen.
En este escenario, Israel enfrenta un dilema estratégico. Degradar una red requiere otra red: una alianza capaz de ofrecer un contrarrelato creíble y recursos distribuidos. Por ahora, ni Occidente ni los aliados árabes de Israel han logrado articularla. Mientras tanto, Teherán sigue demostrando que, en el siglo XXI, la guerra ya no se gana solo con superioridad militar, sino con conectividad.

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