Picaduras en verano: cómo protegerte de los insectos sin renunciar al aire libre
Con la llegada del buen tiempo, las terrazas, piscinas y escapadas al campo se convierten en planes inevitables. Pero no todo es sol y relax. Mosquitos, garrapatas, tábanos y otros insectos aprovechan la temporada estival para convertir las salidas al aire libre en una experiencia incómoda, cuando no peligrosa. Saber cómo evitar sus picaduras se convierte en una prioridad, no solo por el escozor y las reacciones cutáneas, sino también por las enfermedades que algunas especies pueden transmitir.
Repelentes: eficacia y alternativas naturales
Entre las soluciones más efectivas están los repelentes químicos. Los basados en DEET (entre un 20% y 30% de concentración) siguen siendo los más recomendados contra mosquitos y garrapatas, según estudios de eficacia avalados por organismos sanitarios. Sin embargo, para quienes prefieren opciones menos agresivas, el picaridín aparece como una alternativa igualmente eficaz, con la ventaja de ser inoloro y no dañar tejidos sintéticos.

Los remedios naturales, como el aceite de eucalipto limón —aprobado por su capacidad repelente— o las esencias de citronela, lavanda y menta, pueden ser útiles en exposiciones cortas, aunque requieren aplicaciones más frecuentes. En cualquier caso, es clave cubrir todas las zonas expuestas, especialmente tobillos, cuello y muñecas, puntos favoritos de los insectos.
Ropa y barreras físicas: la primera línea de defensa
La elección del vestuario marca la diferencia. Telas de tejido tupido y colores claros reducen la atracción de insectos, mientras que los pantalones largos metidos en los calcetines son esenciales en zonas con garrapatas. Las prendas tratadas con permetrina, un insecticida que permanece activo tras varios lavados, ofrecen una protección prolongada y son ideales para excursiones o viajes a entornos naturales.
Complementar con barreras físicas —como mosquiteras en ventanas, sombreros con red o toldos en zonas de descanso— puede marcar la diferencia en zonas con alta densidad de insectos.
Control ambiental: reducir los focos de proliferación
Los mosquitos crían en aguas estancadas, por lo que eliminar recipientes con agua acumulada —macetas, cubos o canalones obstruidos— es fundamental. En jardines, mantener el césped corto y podar arbustos aleja a los insectos que buscan refugio en la vegetación espesa.
Introducir depredadores naturales, como murciélagos o libélulas (mediante pequeños estanques), ayuda a equilibrar el ecosistema. Además, ubicar ventiladores en exteriores dificulta el vuelo de los mosquitos, que evitan las corrientes de aire.
Precauciones especiales con niños y zonas de riesgo
Los más pequeños requieren atención extra. Se recomienda evitar repelentes con DEET en bebés menores de dos meses y optar por barreras físicas —ropa adecuada o mosquiteras en carritos—. En zonas tropicales o con alta incidencia de enfermedades como el dengue o el virus del Nilo Occidental, seguir las recomendaciones sanitarias locales es crucial.
Para escapadas a la montaña o áreas boscosas, conviene planificar las salidas en horarios de menor actividad de los insectos (las horas centrales del día) y revisar el cuerpo al regreso, sobre todo en axilas, ingles y cabello, donde las garrapatas suelen esconderse.
Conclusión: prevención multifactorial
No existe una fórmula mágica, sino una combinación de estrategias: desde la elección de repelentes adecuados hasta la gestión del entorno y la adaptación horaria. El verano invita a disfrutar del exterior, pero con información y precauciones básicas, es posible minimizar las molestias y riesgos asociados a los insectos. La clave está en no subestimar a estos pequeños adversarios y actuar de forma preventiva.
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