Superman: el ícono migrante que desafía la polarización política
Desde que el director James Gunn definió su próxima película sobre Superman como "una historia de inmigración", las críticas no se han hecho esperar. Acusaciones de politizar al emblemático superhéroe resurgieron en ciertos sectores, ignorando una realidad innegable: la esencia de Superman, desde su creación en 1938, ha estado intrínsecamente ligada a la experiencia migrante.
Clark Kent, el personaje que esconde al último hijo de Kryptón, llegó a la Tierra como un refugiado. Un bebé sin documentos, escapando de un planeta en destrucción, que adoptó una nueva identidad para integrarse en su hogar adoptivo. Su nombre original, Kal-El, de raíces hebreas, fue reemplazado por uno anglosajón, un guiño evidente a los procesos de asimilación cultural que millones de inmigrantes han vivido en Estados Unidos.

Los creadores del personaje, Jerry Siegel y Joe Shuster, eran hijos de judíos emigrados a Estados Unidos. Criados en un contexto donde el antisemitismo y la xenofobia crecían junto con el auge del nazismo, concibieron a Superman como un símbolo de resistencia y esperanza. "Un forastero universal", en palabras del propio Siegel, cuya fuerza moral nace precisamente de haber sido marginado.
Un legado político, pero no partidista
La narrativa de Superman siempre ha sido un reflejo de los valores estadounidenses en su forma más pura: justicia, equidad y defensa de los más vulnerables. En los cómics de los años 40, el héroe enfrentó a Adolf Hitler cuando gran parte de su país aún defendía el aislacionismo. Una década después, lanzaba mensajes contra el racismo en las escuelas. En emisiones radiales, expuso los secretos del Ku Klux Klan, y en viñetas más recientes, ha protegido a manifestantes de la violencia policial.
Sin embargo, en medio de un clima político polarizado, ciertos sectores han intentado desvincular al personaje de su trasfondo social. Críticos conservadores han ridiculizado la conexión entre Superman y la inmigración, incluso bromeando sobre su origen o vinculándolo con estereotipos xenófobos. Pero la pregunta no es si Superman es político, sino por qué su mensaje de inclusión sigue siendo tan incómodo para algunos.
¿Qué pierde una sociedad que olvida sus raíces?
La discusión trasciende al personaje. Sin los hijos de migrantes que moldearon la cultura popular estadounidense —desde Siegel y Shuster hasta los creadores de Spider-Man o Captain America—, el imaginario colectivo sería radicalmente distinto. Más allá del entretenimiento, Superman representa una paradoja fundacional: Estados Unidos se construyó con manos extranjeras, pero esa misma diversidad es ahora objeto de debate.
Gunn, al recalcar la bondad como eje de su película, no introduce una agenda nueva. Solo revive el corazón del mito: un huérfano que elige proteger a quien lo acogió. En un momento en el que las deportaciones masivas y el discurso antimigrante ganan fuerza, Superman sigue siendo un recordatorio incómodo. No de lo que el ser humano puede destruir, sino de lo que es capaz de construir cuando elige la empatía.
La próxima vez que alguien critique al Hombre de Acero por ser "demasiado woke", quizá convenga recordar las palabras que pronunció en un cómic reciente: "Los sueños nos salvan. Nos elevan y nos transforman. Y juro por mi alma que, hasta que la dignidad y la justicia sean una realidad para todos, nunca dejaré de luchar". Una promesa que, como él mismo, no conoce fronteras.
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