Irán ante la encrucijada: ¿Federalismo o recentralización tras la guerra?
La sombra de la guerra aún se cierne sobre Teherán. Tras doce días de conflicto con Israel en junio de 2025, el gobierno iraní ha intensificado su retórica nacionalista, proclamando una "unidad sin precedentes" que, según fuentes locales, ha diluido temporalmente las divisiones étnicas. Sin embargo, en paralelo, el flamante presidente reformista Masoud Pezeshkian ha desatado un inesperado debate al anunciar medidas para descentralizar el poder, otorgando mayores atribuciones a los gobernadores provinciales. ¿Es este el inicio de un cambio estructural hacia el federalismo o una maniobra táctica para apaciguar tensiones?
Un tabú histórico bajo la lupa
El solo término "federalismo" ha sido anatema en la República Islámica desde su fundación en 1979. El modelo centralista, diseñado para garantizar el control desde la capital, ha sido inamovible, incluso durante la era del reformista Mohammad Khatami (1997-2005), quien aunque calificó el sistema federal como "el método más deseable de gobierno", admitió su inviabilidad constitucional. "No podemos ser federales", concluyó su Ministerio del Interior tras estudiar una hipotética división en diez regiones.

Sin embargo, la presión acumulada por décadas de desigualdad regional y el impacto de la reciente guerra han forzado un replanteamiento. En 2012, el Centro de Investigación del Parlamento iraní llegó a sugerir explorar un modelo federal, pero la iniciativa fue rápidamente archivada. Hoy, con una economía tambaleante y protestas étnicas recurrentes —especialmente en Kurdistán y Baluchistán—, Pezeshkian insiste en que delegar competencias es "un paso crucial para modernizar el Estado".
¿Autonomía real o espejismo administrativo?
El plan del presidente —un azerí étnico, símbolo de diversidad en un país donde el 60% de la población no es persa— promete agilizar la toma de decisiones locales. "Cada gobernador debe actuar como el ‘presidente’ de su provincia", declaró, subrayando que esto reduciría la burocracia en temas críticos como la reconstrucción posbélica o la gestión hídrica. Pero los detalles revelan limitaciones: los gobernadores seguirán siendo "representantes del gobierno central", sin capacidad legislativa ni financiera independiente.
Críticos como Mohammad Saleh Jokar, jefe del Comité de Asuntos Internos del Parlamento, defienden la medida: "Sin delegar autoridad, no habrá desarrollo en las provincias". No obstante, sectores conservadores la tachan de "federalismo encubierto", mientras activistas étnicos la consideran insuficiente. Medios como Araz News, vinculado a la minoría azerí, denuncian que sin reconocer derechos lingüísticos o culturales, la reforma es "mera propaganda".
Nacionalismo de guerra y riesgos latentes
El conflicto con Israel ha reavivado un patriotismo inclusivo en el discurso oficial. Pezeshkian ha elogiado cómo "todos, incluso quienes se sentían marginados, defendieron la nación". Sin embargo, este relato choca con demandas históricas: escuelas en lenguas minoritarias, participación política real y distribución equitativa de recursos. Para analistas, el peligro es claro: si la descentralización no aborda estos reclamos, el resentimiento étnico podría resurgir con más fuerza.
¿Hacia dónde va Irán?
Por ahora, el federalismo sigue siendo una quimera. Pezeshkian ha negado cualquier intento de reforma constitucional, y el Líder Supremo, Ali Khamenei, mantiene su rechazo a dividir el poder. Lo que sí avanza es una descentralización acotada —similar a los consejos locales de Khatami—, con gobernadores ganando margen operativo pero sin soberanía real.
En un contexto de sanciones, crisis energéticas y malestar social, Teherán parece apostar por un equilibrio frágil: canalizar el fervor nacionalista mientras mitiga descontentos con gestos de autonomía. El riesgo, advierten expertos, es que sin cambios profundos, esta estrategia solo postergue una crisis mayor. Como resume un editorial crítico: "Sin estructuras federales reales, todo queda en teatro".
El camino hacia un Irán más inclusivo, si es que existe, estará plagado de tensiones entre la tradición centralista y las demandas de un país multicultural. La pregunta clave sigue en el aire: ¿Podrá el régimen reformarse sin fracturarse?

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