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Colectivos anarquistas tejen redes de solidaridad en la Ucrania en guerra

Resistir en tiempos de guerra: Los colectivos anarquistas ucranianos que desafían la invasión rusa

En un frío día de invierno, en un modesto local de comida rápida en un barrio obrero de Kiev, Kseniia, miembro de los Colectivos Solidarios, explica cómo un grupo de activistas antifascistas, ecologistas y feministas pasó de la fragmentación ideológica a coordinar acciones directas tras la invasión rusa. "Antes del 24 de febrero de 2022, estábamos divididos por debates internos típicos de la izquierda", admite. "La guerra nos obligó a dejar las discusiones teóricas y actuar".

Su organización, autodenominada anti-autoritaria, surgió como respuesta a la emergencia nacional. Mientras algunos miembros se alistaron en el ejército, otros se dedican a evacuar civiles de las zonas ocupadas o fabrican drones para unidades militares afines. "No se trata solo de combatir; es también preservar nuestra capacidad de resistencia y documentar lo que ocurre", afirma Kseniia. La labor de estos colectivos combina ayuda humanitaria, tecnología y propaganda, desafiando la narrativa rusa que criminaliza la disidencia.

De la utopía a la trinchera

El movimiento anarquista ucraniano tiene raíces históricas truncadas por la represión soviética. Tras la independencia en 1991, resurgieron grupos como Pryama Diya —sindicato de inspiración anarcosindicalista— o el colectivo Black Rainbow, que luchaba contra políticas neoliberales. Sin embargo, la invasión de Crimea en 2014 y la guerra en el Donbás fracturaron a la izquierda entre quienes apoyaban la militarización y los que abogaban por el pacifismo.

"Algunos prepararon entrenamientos médicos y tácticos años antes del conflicto actual, previniendo lo que ahora vivimos", relata Kseniia. La guerra aceleró la coordinación: desde talleres para construir drones hasta redes internacionales con organizaciones como las Fuerzas Democráticas Sirias o colectivos antifascistas europeos.

La batalla contra la propaganda

Uno de los mayores desafíos, según Kseniia, es combatir la desinformación que etiqueta a Ucrania como un "Estado nazi". "Aquí la ultraderecha no supera el 2% en las urnas, mientras en Alemania o Francia tiene peso parlamentario", recalca. La activista critica la miopia de ciertos sectores de la izquierda occidental: "Cuando no hay tanques en tu calle, es fácil reducir todo a un análisis de clases. Pero aquí la prioridad es sobrevivir".

Los crímenes documentados en territorios ocupados —84.000 casos según el Centro para las Libertades Civiles, ganador del Nobel de la Paz— refuerzan su postura. "En manos rusas, los activistas enfrentan tortura o muerte. No hay espacio para neutralidad", sentencia.

Herencia y futuro

Para Kseniia, ser ucraniana implica cargar con el trauma histórico —el Holodomor, el gulag, la Segunda Guerra Mundial— y transformarlo en resistencia. "Aunque perdamos, esta experiencia de organización debe transmitirse", afirma. Su mensaje final es claro: la solidaridad no es un eslogan, sino acciones concretas, desde un taller de drones en Kiev hasta denunciar la maquinaria bélica de Moscú.

En un conflicto donde la narrativa es tan crucial como las armas, los Colectivos Solidarios representan un frente inusual: anarquistas que defienden un Estado bajo ataque, recordando que la libertad, incluso imperfecta, merece ser defendida.

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Escrito por Redacción - El Semanal

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