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La ley internacional enfrenta su prueba definitiva ante los desafíos globales

El Silencio de los Cautivos: Cuando las Instituciones Internacionales Fallan a los Suyos

En la primavera de 2022, tres empleados de la Misión Especial de Observación de la OSCE en Ucrania fueron detenidos por fuerzas prorrusas en las regiones ocupadas de Lugansk y Donetsk. Maksym Petrov, Dmytro Shabanov y Vadym Golda, trabajadores locales con inmunidad diplomática reconocida, pasaron de ser observadores a prisioneros en un conflicto que ha destapado las grietas del derecho internacional.

Lo ocurrido con estos hombres no es un caso aislado, sino un síntoma de una crisis mayor. Mientras el mundo conmemora el 50.° aniversario del Acta Final de Helsinki —fundamento de la OSCE—, la organización parece impotente para rescatar a su propio personal. Petrov, condenado a 13 años por "traición" en un tribunal sin legitimidad internacional, y Golda, sentenciado a 14, languidecen en colonias penales rusas, donde las condiciones son tan duras que las familias apenas logran hacer llegar medicamentos.

La invasión rusa de Ucrania ha dejado en evidencia lo que muchos sospechaban: las instituciones diseñadas para proteger los derechos humanos y mantener la paz son, en el mejor de los casos, frágiles. En el peor, cómplices por omisión. Mientras la OSCE emite comunicados de "preocupación", Ucrania ha aprendido una lección amarga: las resoluciones no detienen tanques. La liberación de ciudades como Bucha o Jersón no llegó por la vía diplomática, sino por las armas.

La Normalización de la Violencia
El cinismo se ha instalado en el discurso global. Líderes como Vladimir Putin no solo violan las normas internacionales, sino que lo celebran. El presidente ruso fue acusado formalmente por la Corte Penal Internacional por el traslado forzado de niños ucranianos, un crimen que él mismo exhibió en televisión. Mientras, figuras como Donald Trump o altos cargos israelíes han normalizado discursos sobre anexiones o desplazamientos masivos, antes relegados a los márgenes del extremismo.

Pero abandonar las instituciones no es la solución. Como señaló un ex prisionero de guerra ucraniano, torturado durante meses en cautiverio ruso: "Sería feliz si las Convenciones de Ginebra se cumplieran al menos en un 10%". Su palabras reflejan una paradoja: el sistema es imperfecto, pero su ausencia sería catastrófica.

¿Qué Hacer?
La pregunta no es si el derecho internacional es hipócrita, sino si aún puede ser un dique contra la barbarie. Organizaciones como la OSCE, aunque débiles, siguen siendo necesarias. En lugar de desmantelarlas, urge reformarlas y, sobre todo, exigirles acciones concretas. ¿Podría empezar por rescatar a sus propios empleados?

Petrov, antes de su captura, estudiaba derecho internacional. Hoy, desde su celda en los Urales, su caso es el testamento más crudo de hasta qué punto esas leyes escritas en papeles han dejado de proteger a quienes debían.

Mientras tanto, Ucrania —como México con sus miles de desaparecidos— enfrenta una elección: documentar cada crimen, por enorme que sea el coste, o permitir que la impunidad se convierta en la norma. La respuesta, al menos para ellos, sigue siendo clara.

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Escrito por Redacción - El Semanal

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