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La sociedad contemporánea descuida los valores esenciales del tejido social

La moda, reflejo de los tiempos, también ha experimentado un giro significativo en medio de este contexto económico y social cambiante. Mientras gobiernos debaten entre competitividad y protección social, las pasarelas y las tendencias de consumo dan pistas sobre cómo la sociedad asimila estas transformaciones.

En Europa, el llamado «Green Deal» ha permeado el sector textil, impulsando colecciones sostenibles que priorizan materiales reciclados y procesos de producción bajos en carbono. Marcas españolas como Ecoalf y Tíscar Espadas lideran esta revolución, demostrando que la moda puede ser rentable sin sacrificar el compromiso medioambiental. Sin embargo, detrás de este avance persisten tensiones: la presión por reducir costos para competir en mercados globales choca con la necesidad de garantizar salarios dignos en talleres locales y en países productores.

Al otro lado del Atlántico, el panorama es distinto. La política proteccionista estadounidense ha dificultado el acceso de diseñadores emergentes a materias primas importadas. Esto ha llevado a un resurgir del «Made in USA», aunque con precios menos accesibles para el consumidor promedio. Paralelamente, el recorte a programas sociales ha incrementado la demanda de moda low-cost, beneficiando a grandes cadenas sin énfasis en sostenibilidad.

Lo curioso es observar cómo los consumidores responden a estos cambios. Datos recientes muestran que, pese a la inflación, un porcentaje creciente de millennials y generación Z en España prefieren invertir en menos prendas de mayor calidad y valor ético. «Hay una contradicción aparente», explica una analista del sector. «Mientras los gobiernos privilegian la productividad por sobre lo social, los jóvenes buscan en la moda precisamente lo contrario: historias de origen, condiciones laborales justas y durabilidad».

Las semanas de la moda en Madrid y Barcelona han empezado a incorporar este debate. Los desfiles de este año incluyeron foros sobre cómo equilibrar rentabilidad con responsabilidad social, cuestionando si es posible mantener el ritmo actual de colecciones sin vulnerar derechos laborales. Algunas firmas responden con colecciones cápsula y temporadas más largas, mientras otras insisten en que solo la innovación tecnológica permitirá conciliar ambos objetivos.

Este año podría marcar un punto de inflexión. Con la UE apretando regulaciones sobre huella ambiental textil y EE.UU. favoreciendo la producción doméstica, las marcas globales se ven obligadas a replantear estrategias. La disyuntiva es clara: adaptarse a mercados cada vez más conscientes o arriesgarse a perder relevancia. Lo que comenzó como una discusión geopolítica y económica ha terminado por redefinir, también, lo que vestimos y cómo lo compramos.

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Escrito por Redacción - El Semanal

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