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Rituales bolivianos honran a la Pachamama con ofrendas y plegarias ancestrales

En lo más alto de los Andes bolivianos, donde el aire se enrarece y la tierra parece rozar el cielo, las montañas no son solo un paisaje. Son testigos silenciosos de una relación sagrada que los habitantes de estas tierras mantienen con la Pachamama, la Madre Tierra. Entre las comunidades indígenas, cada ritual, cada ofrenda, cobra un significado profundo, ligado a la identidad y la supervivencia.

Una de esas historias es la de Neyza Hurtado, una mujer que lleva en su piel la marca de lo divino. A los tres años, un rayo la alcanzó, dejando una cicatriz en su frente que hoy, cuatro décadas después, exhibe con orgullo. Para ella, no fue un accidente, sino una señal: un llamado a servir como puente entre lo terrenal y lo espiritual. Sentada junto a una hoguera en La Cumbre, a más de 4.000 metros de altura, explica cómo ese evento definió su vida. "La Pachamama me eligió", dice, mientras las llamas iluminan su rostro.

Las ofrendas, conocidas como "whajt’as", son parte esencial de estos rituales. No se trata de simples ceremonias, sino de actos de reciprocidad. La tierra da alimentos, agua y refugio; a cambio, los pobladores le devuelven lo que consideran valioso: hojas de coca, semillas, dulces y, en ocasiones, sangre de llama. Todo se consume en el fuego, un elemento purificador que lleva las peticiones y agradecimientos a los dioses. "Sin estas prácticas, el mundo se desequilibra", comenta un yatiri (sabio andino) mientras prepara una mesa ritual con formas simétricas que representan la armonía cósmica.

Este vínculo con la naturaleza contrasta con la visión occidental, donde la tierra suele ser vista como un recurso a explotar. Sin embargo, en Bolivia, la Pachamama es sujeto de derechos desde 2010, reconocimiento que refleja la importancia de estas creencias. Aún así, el avance de la minería y la urbanización pone en riesgo no solo los ecosistemas, sino también tradiciones milenarias. "Cuando las empresas llegan con sus máquinas, no entienden que están hiriendo a un ser vivo", denuncia un líder indígena.

El ritual en La Cumbre culmina con un momento de silencio colectivo. El humo se eleva hacia las montañas, mezclándose con las nubes. Para quienes participan, no es solo una ceremonia: es un recordatorio de que pertenecen a algo más grande que ellos mismos. Mientras el fuego se apaga, Neyza suspira satisfecha. "Ella nos escucha", murmura. Y en ese instante, el viento parece responder.

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Escrito por Redacción - El Semanal

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