La decisión del presidente serbio, Aleksandar Vučić, de atender la invitación del gobierno ruso para participar en el desfile conmemorativo del Día de la Victoria en Moscú el próximo mes ha generado una notable tensión diplomática con la Unión Europea. A pesar de las advertencias y la creciente presión ejercida por Bruselas, el mandatario ha reafirmado su intención de asistir al evento, escenificando una postura que desafía las expectativas occidentales y reaviva el debate sobre la alineación geopolítica de Serbia.
La controversia se centra en el simbolismo del desfile, que conmemora la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, un evento crucial en la historia del siglo XX. Para el Kremlin, la celebración representa una oportunidad para proyectar poder y reafirmar su narrativa histórica, especialmente en el contexto del actual conflicto en Ucrania. La presencia de un líder europeo, y más aún uno de los Balcanes Occidentales, en este acto, se interpreta como una señal de apoyo implícito a las políticas rusas y una ruptura con la unidad transatlántica demostrada frente a la invasión rusa.
Fuentes diplomáticas han confirmado que la UE ha transmitido a Belgrado su profunda preocupación por la posible asistencia de Vučić al desfile. La preocupación se fundamenta en el temor a que la movilización popular de apoyo a las políticas de Moscú, en la que el mandatario ruso podría apelar a los ideales paneuropeos de resistencia contra el fascismo, sirva para desestabilizar aún más la situación en el continente y socavar los esfuerzos por aislar al régimen de Putin. No obstante, el presidente serbio ha respondido con firmeza, argumentando que su presencia se debe a la conmemoración de los sacrificios de su propio pueblo durante la Segunda Guerra Mundial y no a una declaración de apoyo a ninguna política exterior.

Serbia, aunque aspirante a la adhesión a la UE, mantiene históricamente estrechos vínculos culturales, religiosos y económicos con Rusia. Esta relación, profundamente arraigada en la historia compartida y la hermandad eslava, se ha visto reforzada en los últimos años por la negativa de Belgrado a unirse a las sanciones impuestas por la UE a Moscú tras la anexión de Crimea en 2014 y, más recientemente, después de la invasión de Ucrania. La estrategia del gobierno serbio se basa en un delicado equilibrio entre el deseo de integración en la UE y la necesidad de mantener buenas relaciones con Rusia, un actor clave en la región de los Balcanes.
La postura de Vučić ha suscitado críticas internas en Serbia, donde la oposición acusa al gobierno de flirtear con el autoritarismo y de poner en peligro las perspectivas de adhesión a la UE. Sin embargo, el presidente goza de un amplio apoyo popular, gracias a su discurso nacionalista y a su habilidad para presentarse como defensor de los intereses nacionales serbios. El debate sobre la asistencia al desfile en Moscú ha reabierto viejas heridas en la sociedad serbia, dividida entre partidarios de una mayor orientación hacia Occidente y defensores de una alianza estratégica con Rusia. La situación plantea desafíos complejos para la política exterior serbia y pone de manifiesto las tensiones geopolíticas que atraviesan la región de los Balcanes.

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