El aire se impregna con el aroma vertiginoso de ajo y jengibre recién salteados, mientras un grupo de niños, entre curiosos y revoltosos, observa con atención a una mujer mayor vestida con un delantal a cuadros azules. Este singular taller culinario no es dirigido por chefs profesionales, sino por abuelas expertas que combinan recetas tradicionales con lecciones de vida. El proyecto, ubicado en Los Ángeles, busca reconectar a los más jóvenes con saberes ancestrales mientras fomenta habilidades prácticas y valores humanos.
En una época donde las nuevas generaciones crecen inmersas en pantallas y comida rápida, iniciativas como esta cobran especial relevancia. Las participantes, mujeres de más de 60 años, comparten no solo técnicas culinarias básicas —desde cortar vegetales hasta dominar el punto exacto de un guiso—, sino también historias personales que transmiten resiliencia y sentido común. "Aquí no solo aprenden a freír un huevo, sino a paciencia y respeto por los ingredientes", comenta una de las instructoras mientras remueve una cazuela humeante.
Los organizadores destacan el éxito rotundo del programa, que en solo tres ediciones ha duplicado su asistencia. Padres y educadores señalan cambios notables en los niños: mayor autonomía en la cocina, reducción del desperdicio alimentario e incluso un creciente interés por la procedencia de los alimentos. No se trata solo de cocina, insisten, sino de reforzar lazos intergeneracionales en una sociedad cada vez más fragmentada.

El curso, diseñado inicialmente como un experimento estival, ha despertado el interés de escuelas y autoridades locales, que evalú replicar el formato en otros barrios. Mientras, las abuelas cocineras ya preparan nuevas recetas —esta vez con influencias mediterráneas y asiáticas— para la próxima temporada. Un recordatorio de que algunos de los aprendizajes más valiosos no están en los libros, sino en el calor de una cocina compartida.

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