En las trincheras de Ucrania, un soldado bielorruso reescribe su destino bajo el fuego enemigo. Roman Yaromenka, veterano de las Fuerzas Especiales de su país y de la Legión Extranjera Francesa, lleva más de dos años combatiendo bajo bandera ucraniana. Operador de drones pesados del modelo "Vampire" en el grupo táctico Kryvtsov, su historia dista mucho de ser un relato bélico convencional: es un testimonio de lealtad, ideales y contradicciones en el frente más candente de Europa.
Desde 2022, Yaromenka ha participado en operaciones clave en Bakhmut, Járkov y Zaporiyia, sobreviviendo a dos heridas de guerra que no lograron frenar su compromiso. "Vinimos a defender a los niños inocentes", afirma el militar, cuya figura es ahora juridicamente incómoda: en diciembre de 2024, las autoridades bielorrusas le imputaron la creación de un "grupo extremista", delito que conlleva hasta siete años de prisión.
Un frente, dos patrias
Para este soldado de 32 años, la lucha trasciende la defensa de Ucrania. "Cuanto más fuerte sea Kiev, mayor será la posibilidad de liberar parte de Bielorrusia", sostiene, refiriéndose al régimen de Aleksandr Lukashenko como una amenaza regional. Su testimonio revela una paradoja: mientras combate junto a ucranianos que le llaman druzi (amigos), sueña con un día regresar a su país natal bajo un gobierno democrático.

La presencia bielorrusa en el conflicto ha sido objeto de especulaciones. Frente a los rumores sobre la desintegración del Regimiento Kalinouski —unidad inicialmente compuesta por voluntarios—, Yaromenka aclara: "Seguimos aquí, pero dispersos en diferentes divisiones". Critica la mezcla de estructuras políticas y militares que, según él, debilitaron al grupo. Hoy, apenas 30 integrantes permanecen activos bajo el mando de "Dzyadzka" Shurmei, frente a los 200 que llegaron a combatir en 2023.
Geopolítica en el campo de batalla
El diálogo con Yaromenka derriba mitos sobre el conflicto. Consultado sobre las negociaciones, es categórico: "Son prematuras. Ningún bando está cerca de la victoria o el agotamiento". Su análisis señala a Estados Unidos como proveedor clave de inteligencia defensiva, aunque critica la ambivalencia europea: "Compran gas ruso a través de Turquía mientras destinan menos fondos a Ucrania que el valor de ese combustible".
La visión de la victoria para este soldado es singular: "No se mide por territorio, sino por la capacidad de un Estado para ser independiente". Destaca el surgimiento de un complejo militar-industrial ucraniano y un ejército profesionalizado, donde civiles convertidos en soldados ahora lideran unidades. "Aquí el pueblo es el ejército, como en Israel", reflexiona.
El peso de la diáspora
Yaromenka no elude autorreflexiones dolorosas. Aunque valora el apoyo financiero de los bielorrusos exiliados —especialmente profesionales de TI y periodistas—, lamenta su escasa disposición al combate: "La mentalidad militar implica sacrificio, y muchos no la tienen". También arremete contra la oposición política: "Demonstraron incompetencia y entorpecieron estructuras castrenses".
Quedan desafíos prácticos. Los soldados bielorrusos enfrentan obstáculos legales debido a la designación de su país como "coagresor" por Kiev. "La burocracia retrasa permisos de residencia y ciudadanía", explica. Mientras, su call sign —"Senat"— delata sus aspiraciones: anhela una Bielorrusia con instituciones libres de "populistas y corruptos".
En el hospital tras su segunda herida, Yaromenka mira fotografías de compañeros caídos. "No puedo detenerme. Sería traicionar su memoria", murmura. Su historia, alejada de grandilocuencias, expone el rostro humano de una guerra donde las fronteras entre naciones, ideologías y supervivencia se diluyen en el barro de las trincheras.

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