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El olor a muerte persiste en Sweida tras el último derramamiento de sangre sectario

En las calles de Sweida, capital de la provincia homónima al sur de Siria, el aire aún arrastra un olor persistente a muerte. Han pasado días desde los violentos enfrentamientos sectarios que dejaron un reguero de cuerpos sin recoger, y la putrefacción se mezcla con el polvo de una ciudad que parece detenida en el tiempo. Donde antes se escuchaba el bullicio cotidiano, ahora solo resuenan pasos aislados y el crujido de escombros bajo los pies de quienes se atreven a transitar.

La región, predominantemente habitada por la comunidad drusa, ha sido hasta ahora un refugio de relativa calma en medio del caos que ha definido a Siria durante más de una década de guerra. Sin embargo, la reciente explosión de violencia, desencadenada por un ataque yihadista que dejó decenas de muertos, ha fracturado esa frágil estabilidad. Las imágenes de cuerpos abandonados en las aceras, cubiertos de forma apresurada con mantas o plásticos, han circulado en redes sociales, evidenciando la incapacidad de las autoridades para manejar la crisis.

Fuentes locales describen escenas de pánico durante los enfrentamientos, con vecinos atrincherados en sus hogares mientras grupos armados tomaban las calles. Los hospitales, ya de por sí colapsados tras años de conflicto, recibieron una avalancha de heridos que superó cualquier capacidad de atención. «No hay suficientes médicos, ni medicamentos, ni siquiera espacio para los muertos», relató un residente que pidió mantener su identidad en reserva por temor a represalias.

El conflicto en Sweida no es ajeno a las tensiones históricas entre comunidades, pero expertos señalan que la escalada actual refleja un peligroso vacío de poder en zonas donde el Estado ha perdido control. Mientras tanto, la población civil paga el precio más alto. Familias enteras han huido a pueblos cercanos, pero incluso allí, la sensación de inseguridad persiste. «El miedo no se va», admitió una mujer que abandonó su casa con lo puesto. «Aquí no hay ganadores, solo sufrimiento compartido».

A medida que la violencia disminuye, las preguntas sobre responsabilidades y justicia quedan suspendidas en el aire, tan espesas como el hedor que todavía impregna Sweida. La comunidad internacional ha emitido declaraciones de preocupación, pero en el terreno, la ayuda tarda en llegar. Para los sobrevivientes, la prioridad inmediata es enterrar a los muertos y reconstruir lo que una vez fue un hogar. Pero en una guerra sin fin, incluso eso parece una tarea imposible.

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Escrito por Redacción - El Semanal

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