En las calles de Venecia, una ciudad conocida por su belleza arquitectónica y su legado cultural, emerge un inesperado lienzo de resistencia. Bajo las sombras de los canales, carteles desgastados y grafitis desvelan una cartografía invisible: la del arte palestino como herramienta de denuncia. Este fenómeno, analizado bajo el prisma de la esquizocartografía —una metodología que combina geografía política y filosofía—, desafía los relatos dominantes y expone las contradicciones de los espacios urbanos controlados.
La obra de Mohammed Alhaj, artista gazatí cuyos dibujos documentan el genocidio en Gaza, ha trascendido las fronteras de su estudio, destruido por bombardeos. Sus trazos en tinta negra capturan escenas cotidianas de desplazamiento, como familias huyendo bajo cielos incendiados o refugiados agrupados en campamentos improvisados. "El arte es mi única arma", confesó en una entrevista reciente. Sus obras, prohibidas en ciertos circuitos oficiales, renacen en las paredes venecianas, transformando la ciudad en un archivo itinerante de memoria colectiva.
El arte como cartografía de la supervivencia
La esquizocartografía, heredera del pensamiento de Gilles Deleuze y Félix Guattari, revela cómo el arte callejero subvierte la censura. En Venecia, donde lo efímero —un póster cerca de la estación de tren, un mural borrado— adquiere valor testimonial, esta técnica desmonta la ilusión de neutralidad en los espacios públicos. Un ejemplo conmovedor es la serie Diario de un desplazado palestino de Alhaj, cuyas imágenes de cuerpos desnudos —símbolo de resistencia frente a la opresión— fueron replicadas en protestas globales. La paradoja es evidente: mientras museos cancelan exposiciones por presiones políticas, las calles se convierten en galerías de urgencia.

Destrucción y legado
La guerra en Gaza ha borrado no solo vidas, sino también expresiones artísticas. Alhaj perdió todo: esculturas, murales, herramientas. Solo sobreviven fotografías digitales y las piezas resguardadas en el Museo de Palestina en EE.UU. "Cada obra era un fragmento de nuestra historia", lamenta. Pero incluso en la pérdida, su arte persiste. Una copia de su mural La verdad está contigo, quemado en Gaza, fue exhibida en el Palazzo Mora, recordando que la resistencia también se escribe en pasteles y líneas abstractas.
Política y exclusión en el arte institucional
La Bienal de Venecia, epicentro del arte contemporáneo, rechazó en 2024 la muestra Extranjeros en su propia tierra, comisariada por Faisal Saleh. Mientras, proyectos israelíes fueron admitidos. "Es un doble estándar", denuncia Alhaj. Esta censura refuerza la importancia de la esquizocartografía: al mapear grietas en el discurso hegemónico, expone cómo el poder decide qué se memorializa y qué se silencia.
Desde Tripoli hasta Venecia, el viaje de Alhaj encarna la diáspora palestina. Hoy, refugiado en el campamento de Nuseirat, sigue dibujando con lo poco que tiene. Su historia, como la de tantos artistas gazatíes, es un recordatorio: en tiempos de oscuridad, el arte no solo documenta, sino que crea territorios de esperanza. La esquizocartografía, al capturar estos destellos, nos obliga a mirar lo que muchos prefieren ignorar.
Para profundizar:
- Activestills: Fotografía como protesta en Palestina/Israel (Pluto Press, 2016).
- Obras de Mohammed Alhaj en Art Zone Palestine.

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