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Madres en Gaza improvisan con escasos alimentos pero el hambre no cede

En el corazón de Gaza, donde el conflicto ha dejado una estela de devastación, las madres palestinas enfrentan un desafío diario: alimentar a sus familias con lo poco que consiguen. La escasez de alimentos, agravada por el bloqueo y la interrupción de las cadenas de suministro, ha convertido cada comida en un ejercicio de creatividad y resiliencia.

Según testimonios recogidos en la región, muchos hogares dependen de raciones mínimas de harina, arroz y legumbres, ingredientes básicos que ahora se convierten en platos improvisados. «Antes pescábamos o cultivábamos, pero ahora ni siquiera podemos salir a buscar comida», relata una madre de cuatro hijos desde el norte de Gaza. La pesca y la agricultura, otrora fuentes clave de sustento, son casi imposibles debido a las restricciones de movimiento y la destrucción de tierras cultivables.

Los mercados locales, cuando logran abastecerse, son testigos de escenas caóticas. Los precios de productos básicos como el pan o la leche en polvo se han disparado, y los suministros son acaparados por quienes pueden pagarlos. «Lo poco que llega desaparece rápido, y lo que queda cuesta el triple», explica otra residente. Las ollas comunitarias y las donaciones de organizaciones humanitarias intentan paliar la crisis, pero la ayuda no siempre alcanza para todos.

La situación ha llevado a muchas familias a recurrir a estrategias desesperadas, como diluir leche con agua o reutilizar sobras hasta agotar su valor nutricional. Los efectos en la salud, especialmente en niños y embarazadas, son cada vez más evidentes, con reportes de desnutrición y anemia en aumento. Mientras, el mundo observa, pero las soluciones concretas parecen distantes.

En medio de la adversidad, estas mujeres no solo luchan contra el hambre, sino también por mantener un sentido de normalidad para sus hijos. «Cocinar algo caliente, aunque sea simple, les da esperanza», dice una abuela desde un refugio abarrotado. Su historia, como tantas otras, es un recordatorio crudo de cómo la guerra no solo destruye infraestructuras, sino también el tejido social que sostiene a las comunidades.

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Escrito por Redacción - El Semanal

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