El clima político en Canadá ha experimentado un giro preocupante en las últimas décadas. Lo que antes podía interpretarse como una broma inocente —como el incidente en el que un pastelazo alcanzó al entonces primer ministro Jean Chrétien en el año 2000— hoy podría considerarse un síntoma de una amenaza mucho más seria. Los tiempos han cambiado, y con ellos, la naturaleza de los riesgos que enfrentan las figuras públicas.
Los datos son contundentes. Según informes oficiales, las amenazas contra el primer ministro y sus ministros se han multiplicado exponencialmente. Mientras que en 2021 se registraron apenas 40 casos, para 2024 la cifra escaló hasta los 311, con más de 200 dirigidas específicamente al entonces mandatario Justin Trudeau. De ellas, 90 incluían amenazas de muerte. Este aumento refleja un fenómeno global: la creciente hostilidad hacia los líderes políticos, potenciada por la polarización y las redes sociales.
Catherine McKenna, exministra federal, conoce bien esta realidad. Durante su carrera política, fue blanco frecuente de insultos e intimidaciones, incluso en presencia de sus hijos. «El problema es sistémico», asegura. «Si queremos que la gente se interese por la política, no podemos normalizar que vivan con miedo». McKenna señala que mujeres, indígenas y miembros de la comunidad LGBTQ+ son especialmente vulnerables a estos ataques, que suelen trasladarse del entorno digital al físico.

Pero ¿cómo se pasó de un pastel lanzado en un acto público a un escenario en el que la violencia verbal se ha vuelto moneda corriente? Expertos apuntan a varios factores. Por un lado, la proliferación de discursos de odio en plataformas digitales, donde el anonimato facilita la impunidad. Por otro, la erosión del diálogo político, reemplazado por confrontaciones personales que deshumanizan al adversario. «Cuando los líderes se atacan entre sí sin límites, alimentan una cultura donde todo vale», advierte McKenna.
Las medidas de seguridad han tenido que adaptarse. La Real Policía Montada de Canadá ha intensificado los protocolos, desde evaluaciones de riesgo hasta visitas preventivas a quienes lanzan amenazas en línea. Sin embargo, el equilibrio entre protección y accesibilidad sigue siendo complejo. «Si los funcionarios dejan de interactuar con la ciudadanía, la democracia se resiente», afirma Michele Paradis, responsable de seguridad gubernamental.
Algunas voces piden acciones más contundentes: legislación contra los «peligros en línea», zonas de exclusión en oficinas políticas o incluso un servicio de protección independiente. No obstante, el debate persiste: ¿es posible garantizar seguridad absoluta sin sacrificar libertades? El intento de asesinato contra Donald Trump en 2024 es un recordatorio de que el riesgo nunca desaparece.
En este contexto, hasta el humor más ligero adquiere matices sombríos. Lo que hace 25 años se resolvió con una toalla y una sonrisa, hoy exige un operativo de inteligencia. El pastelazo de Chrétien pertenece a una época que ya no existe. Y aunque Canadá sigue siendo un referente de estabilidad, la sombra de la violencia política se cierne cada vez más cerca.

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