El mundo estuvo a punto de erradicar la polio. Falsos registros, una vacuna imperfecta y errores en su aplicación han dificultado su eliminación definitiva. A pesar de los esfuerzos globales y las millonarias inversiones en campañas de inmunización, países como Pakistán y Afganistán continúan siendo focos persistentes de la enfermedad, donde la desinformación y las deficiencias operativas han dado al virus una segunda oportunidad.
Durante más de una década, trabajadores sanitarios como Sughra Ayaz han recorrido comunidades remotas en el sureste de Pakistán, enfrentándose no solo al escepticismo de las familias, sino también a las fallas internas del sistema. "En muchos lugares, el trabajo no se hace con honestidad", admite Ayaz, quien ha observado cómo algunos equipos falsifican registros para cumplir con metas imposibles, marcando niños como vacunados sin administrarles realmente las gotas antipoliomielíticas.
El problema no es únicamente la ejecución. La propia vacuna oral, aunque efectiva, presenta riesgos poco conocidos: en casos excepcionales, el virus atenuado que contiene puede mutar y desencadenar nuevos brotes. Este fenómeno, denominado poliovirus derivado de la vacuna, ha paralizado a cientos de niños en los últimos años, especialmente en regiones con bajas coberturas de inmunización.

Evitar estos contratiempos exige precisión quirúrgica. Las dosis deben mantenerse en frío, los equipos requieren capacitación constante y las comunidades necesitan confianza. Sin embargo, documentos internos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) revelan que, desde al menos 2017, los supervisores han ignorado alertas sobre vacunadores sin formación, neveras sin funcionar y campañas que omiten áreas enteras. Una revisión en Kandahar, Afganistán, expuso cómo autoridades locales seleccionaban a adolescentes analfabetos para administrar las vacunas, mientras que en Nawzad, equipos apresurados dejaron sin atender a 250 hogares.
La presión por mostrar resultados ha agravado el problema. "Hay tanto estrés que algunos compañeros pintan el dedo de los niños con tinta aunque no les hayan dado la vacuna", confiesa Ayaz. Una práctica peligrosa en un escenario donde cada caso no detectado puede propagar el virus.
La sombra de la desconfianza
Más allá de los fallos logísticos, el rechazo comunitario persiste. Rumores infundados —desde que la vacuna esteriliza hasta que contiene ingredientes prohibidos— se combinan con la frustración de poblaciones que ven priorizada la polio sobre necesidades urgentes como agua potable o medicamentos esenciales. "Gastamos miles de millones, pero ¿dónde están los hospitales?", cuestiona un habitante de Karachi, donde la desconfianza se alimenta de antecedentes como el uso de campañas sanitarias encubiertas por agencias de inteligencia.
Para los expertos, el mayor obstáculo podría ser la inflexibilidad estratégica. Aunque la vacuna inyectable, más segura pero costosa, podría reducir los brotes derivados, la OMS insiste en la oral como herramienta clave. "Sin ella, la erradicación sería imposible", defiende el doctor Jamal Ahmed, director del programa de la OMS. Sin embargo, críticos como el profesor Scott Barrett, de la Universidad de Columbia, piden una revisión exhaustiva: "Si esto fuera una empresa, exigirían resultados".
Mientras tanto, en aldeas afganas, madres como una entrevistada en zonas montañosas relatan cómo la presión familiar las obliga a rechazar la vacuna. "Mi esposo cree que afectará la fertilidad. Si accedo, me golpearán", explica, una muestra del arraigo cultural que el programa aún no logra desmontar.
Con seis fechas incumplidas para la erradicación y una nueva meta fijada para 2029, la pregunta sigue en el aire: ¿es posible corregir el rumbo? Para miles de niños en riesgo, la respuesta no puede esperar.

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