El documental «Dinosaur 13» podría ser la película más veraz sobre los grandes animales prehistóricos. Es también una de las más conmovedoras. Cuenta cómo los buscadores de fósiles en Dakota del Sur, Estados Unidos, desenterraron el más completo esqueleto de T-rex que se haya encontrado jamás. En lugar de convertirse en la pieza central del museo más cercano, como se planeó inicialmente, lo que ocurrió fue una amarga batalla por la custodia de sus fósiles, una redada del FBI, un juicio y una larga pena de cárcel para uno de los paleontólogos. Los restos fueron vendidos en una subasta por cerca de US$8 millones, de los cuales ninguno fue a los descubridores, y ahora están en un museo privado en Chicago.
La fuerza del documental reside en la historia y en cómo llegamos a conocer a la mayoría de los individuos involucrados, incluyendo el T-rex. Pero este documental no tiene ninguna de esas imágenes que se han vuelto tan familiares en películas y programas de televisión sobre dinosaurios: no hay animatronics, ni los típicos hombres en trajes de monstruos.
Los dinosaurios de celuloide se remontan a casi hasta los inicios del cine mismo. Durante un siglo, el cine y los productores de televisión han utilizado cada nueva tecnología a su disposición para resucitar a los muertos y hacer que los dinosaurios caminen de nuevo por la Tierra. Han convertido a estas bestias prehistóricas extintas en iconos de la cultura contemporánea y así se formaron nuestras ideas sobre su apariencia y comportamiento.
El problema es que muchas de las cosas que nos han enseñado son erróneas. Desde Gertie, el brontosaurio eternamente hambriento (un nombre eliminado formalmente a favor del apatosaurio) de una serie de dibujos animados mudos en blanco y negro de la década de 1910 hasta las abrumadoras creaciones de sonido envolvente en 3D de imágenes generadas por computadora más recientes, el público asume que así es como los dinosaurios eran realmente.
En 1922, durante una conferencia en Estados Unidos, Sir Arthur Conan Doyle fue invitado por su amigo Harry Houdini a una reunión con sus colegas ilusionistas. Conan Doyle decidió usar un truco propio, presentando un cortometraje sin comentarios, y como resultado, la primera plana del diario New York Times tituló «Conan Doyle desconcierta a los magos más famosos del mundo con imágenes de bestias prehistóricas».
Muchos de ellos, al parecer, pensaron que las imágenes en movimiento eran de dinosaurios vivos que habían escapado de algún modo a la extinción. La verdad, revelada al día siguiente, fue que fueron creadas por el experto en efectos especiales Willis O’Brien, después de la afamada King Kong, para una adaptación cinematográfica de la novela de Conan Doyle «El mundo perdido».
Para los estándares de hoy en día, la animación en stop-motion se ve torpe y obviamente falsa. Pero en aquel entonces, cuando nadie había presenciado nada igual, los ilusionistas creyeron en lo que veían. Poco ha cambiado desde que Conan Doyle engañó a Houdini y compañía. Los efectos especiales actuales son mucho más sofisticados, pero todavía tienen el mismo objetivo de engañarnos para que aceptemos que lo que estamos viendo es real.
Creemos que sabemos cómo eran y se movían, simplemente porque los vimos galopando por doquier en películas y documentales. Pero, a pesar de que las técnicas de animación computarizada los han hecho mucho más atractivos y convincentes, lo que vemos en la pantalla sigue siendo igual de fantasioso. Queda todavía mucho para que los grandes avances de la paleontología y el uso de nuevas técnicas de imagen obtengan pigmentos y detalles de los tejidos de los fósiles. Todavía solo tenemos cierta idea del color de la mayoría de los dinosaurios.
Al final, la ficción es la ficción, y puede argumentarse que no importa si «Parque Jurásico» cambió algunos hechos para crear un buen drama. Todas las películas de monstruos se toman libertades: la última encarnación de «Godzilla», por ejemplo, es demasiado grande para que sus propias piernas la soporten. Pero esta confusión de conocimientos y conjeturas es más significativa en programas que podrían confundirse con la realidad.
El modelo es «Caminando entre dinosaurios», a menudo citada como la más exitosa serie documental de televisión de todos los tiempos. Es indudablemente entretenida y deslumbrante técnicamente, ¿pero puede verdaderamente ser clasificada como un documental? Con un formato familiar para los aficionados a los programas de naturaleza, con decenas de científicos acreditados como consultores, uno siente que todo lo que se muestra está fuera de toda duda: estas son las criaturas, ambientes, situaciones y comportamientos de decenas o incluso cientos de millones de años atrás.
Los films de este tipo son simulaciones alimentados por la especulación: algunos elementos están basados en lo que muchos paleontólogos concluyen a partir de los fósiles, y algunos son corazonadas o posibles aunque inciertos escenarios delineados para crear una televisión más atractiva. Los nuevos hallazgos y las nuevas teorías indican que lo que sabemos aún está en desarrollo, por lo que muchos detalles descubiertos en «Caminando entre dinosaurios» son erróneos.
Nada de esto le quita ningún mérito a estos programas, pero, debido a que los niveles de certeza de los diferentes aspectos presentados rara vez son claros, es difícil no sentir que estás viendo algo mucho más definitivo que lo que realmente es. Mientras que nos demos cuenta de que muchos de los «documentales» de dinosaurios no representan cómo fue, sino, a lo sumo, cómo pudo haber sido, podemos disfrutarlos como el híbrido de la ciencia y la ciencia ficción que son, no como los programas de vida salvaje real que imitan.
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