La moda como expresión política: ¿Cómo influye en las relaciones internacionales?
En un mundo donde la imagen lo es casi todo, la moda ha dejado de ser un simple reflejo de tendencias estéticas para convertirse en un potente vehículo de comunicación política. Esta relación, a menudo subestimada, ha cobrado especial relevancia en los últimos años, con diseñadores, activistas y líderes mundiales utilizando las pasarelas y el vestuario como herramientas de protesta, diplomacia o reivindicación identitaria. Pero, ¿qué potencia real tiene la indumentaria en el escenario global?
Desde las emblemáticas prendas de colores de movimientos sociales hasta las declaraciones estéticas de figuras como Michelle Obama o la recién nombrada presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, la moda se ha posicionado como un lenguaje no verbal con alcance transnacional. No se trata únicamente de mensajes explícitos, como los bordados feministas de Dior en 2017, sino de la capacidad de ciertas siluetas, textiles o paletas cromáticas para evocar emociones colectivas y construir narrativas de poder.

El poder simbólico de lo visual
Expertos en estudios culturales señalan que la vestimenta actúa como un "discurso visual" que trasciende fronteras. Un ejemplo paradigmático fue el vestido blanco de la congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez durante el discurso del Estado de la Unión en 2023, un homenaje a las sufragistas que generó más titulares que algunas de sus políticas. "La moda condensa historias y valores en un solo gesto", explica un analista consultado. "Cuando un líder elige un traje tradicional africano en la ONU o una joven activista viste una falda con consignas climáticas, están dialogando sin palabras con millones de personas".
Esta interacción entre lo emocional y lo político no es nueva, pero se ha intensificado con las redes sociales, donde una sola imagen puede viralizar causas. Basta recordar el impacto del chaleco amarillo del movimiento francés o los pañuelos verdes latinoamericanos. Sin embargo, también surgen críticas: ¿corremos el riesgo de reducir las luchas sociales a meros simbolismos estéticos?
¿Activismo o espectáculo?
Algunos académicos alertan sobre la "teatralización" de la política a través de la moda. "Hay una fina línea entre la reivindicación auténtica y el performative activism", advierte una investigadora de la Universidad Complutense. Casos como las colaboraciones fast fashion con ONGs —a menudo acusadas de greenwashing— o el uso de diseños indígenas sin compensación a las comunidades originarias, reflejan los claroscuros de esta tendencia.
Pese a ello, la industria parece haber encontrado en el engagement político una nueva forma de conectar con generaciones más conscientes. Marcas como Balmain con su colección "Rise" —inspirada en movimientos sociales— o Stella McCartney con su moda sostenible, demuestran que el activismo puede ser también una estrategia comercial. La pregunta que queda en el aire es si este fenómeno logrará traducirse en cambios tangibles o se agotará en la superficialidad.
Conclusión: Más allá de las apariencias
La moda, en su intersección con la política, sigue demostrando que lo visual es un campo de batalla clave en la era digital. Desde las calles hasta las cumbres internacionales, cada elección de vestuario carga significados que pueden movilizar, incomodar o inspirar. Como señalan los expertos: "No se subestime el poder de un outfit: en ocasiones, hila revoluciones".
Mientras esperamos las próximas apariciones estelares en foros globales, una cosa es clara: el armario dejó de ser privado para convertirse en un escenario público donde se disputan ideologías, identidades y hasta el futuro del planeta.

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