La industria de la moda ha encontrado una inesperada fuente de inspiración en los últimos acontecimientos geopolíticos, donde la tensión entre Estados Unidos e Irán ha transcendido lo político para infiltrarse en las pasarelas. Diseñadores de renombre internacional han comenzado a incorporar elementos bélicos y estructuras arquitectónicas destruidas en sus nuevas colecciones, marcando un giro hacia lo que algunos expertos ya denominan «el estilo posconflicto».
Camuflajes reinterpretados con tejidos tecnológicos, siluetas asimétricas que evocan edificios dañados y una paleta de colores dominada por grises metalizados y ocres quemados dominan las propuestas de otoño-invierno. Marcas como Balmain y Alexander McQueen han sido pioneras en este movimiento, que algunos critican por glamourizar la destrucción, mientras que otros lo celebran como una reflexión artística sobre la fragilidad global.
«La moda siempre ha sido un termómetro social», explica la crítica de moda Clara Montes. «Lo que vemos ahora es una respuesta estética a la incertidumbre: armaduras de seda, bordados que simulan impactos de bala. Son metáforas vestibles de cómo vivimos». Esta tendencia ha llegado incluso a la alta costura, donde casas como Dior han presentado vestidos con aplicaciones de cristales rotos, reinterpretando la devastación como belleza.

El fenómeno no se limita a las pasarelas. En las calles de Madrid y Barcelona, jóvenes adoptan looks que mezclan chaquetas militares con faldas vaporosas, mientras influencers promueven accesorios inspirados en cascos de combate pero fabricados en materiales sostenibles. «Es una paradoja: prendas que hablan de guerra pero se producen con ética», señala el estilista Javier Rojas.
Sin embargo, la controversia persiste. Organizaciones pacifistas han acusado a la industria de trivializar el sufrimiento, especialmente tras conocerse detalles sobre los bombardeos a instalaciones nucleares en Oriente Medio. «Convertir tragedias en tendencia es peligroso», advierte un portavoz de Médicos Sin Fronteras.
Mientras el debate continúa, las ventas de estas colecciones crecen, especialmente en Europa, donde el diseño conceptual siempre ha tenido un nicho fiel. Lo que queda claro es que, en tiempos convulsos, la moda elige no mirar hacia otro lado, sino transformar el caos en algo tangible, incluso llevable. Una declaración, quizá incómoda, pero imposible de ignorar.

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